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Polonio 210

El Chikatilo del Kremlin-2

El Chikatilo del Kremlin-2

Aleksandr Litvinenko, para CHECHENPRESS, 21/10/06

Traducido del original en http://www.chechenpress.info/events/2006/10/21/26.shtml


Vladímir Putin admira públicamente y envidia al presidente de Israel Moshé Katzav, que en su país está acusado de violación, acoso sexual con aplicación de fuerza y de relaciones íntimas sin permiso de su víctima, entre otras infracciones de los derechos que incurren en la ley de prevención de acoso sexual.

«¡Ha violado a diez mujeres! ¡No lo esperaba de él! ¡Nos ha sorprendido a todos! ¡Todos le envidiamos!», declaró Putin1.

Bueno, y qué: ésto era de esperar. Como se suele decir, «¡sienta un cerdo a la mesa y pondrá las patas sobre ella!». La chusma del Kremlin ya no considera necesario esconderse y observar por lo menos las reglas elementales del decoro. ¿Y ante quién, me pregunto, han de avergonzarse? Ante Bush, Blair, Chirac? ¿O, puede ser, ante la reina inglesa? El maniaco del Kremlin, con el rango de caballero de la orden de la legión de honor, sin sombra de turbación envidia públicamente a un violador en serie, y lo hace de manera consciente, rebajando al mismo tiempo a todos aquellos líderes occidentales que hace muy poco le daban la mano y que, afectuosamente, le daban una palmada en el hombro a la vez que lo llamaban «amigo».

Putin conscientemente rebaja a la élite mundial a su propio nivel mafioso-criminal, puesto que hace ya tiempo que vive según reglas y conceptos criminales, y cualquier preso ruso sabe que con aquellos a los que acusan de delitos sexuales uno no se sienta en la misma mesa, ni utiliza los mismos cubiertos, ¡y esta regla es respetada como algo sagrado en cualquier recinto carcelario!

Como ya escribí antes en el artículo «el Chikatilo del Kremlin», existen serias razones para sospechar que Putin es un degenerado sexual. Y es muy probable que, si en Rusia existiera la más mínima posibilidad de exigirle al presidente responsabilidad penal, trajesen a la fiscalía no ya decenas, sino cientos de niños y niñas, escogidos especialmente y llevados a él para su disfrute sexual. Y aquí no hay por qué sorprenderse, ya que para los chequistas rusos, ya desde la época de Beria, las violaciones y los abusos sexuales devinieron en norma.

El denominado tema «de sexo y wáter» persigue continuamente a Putin; así, cuando casualmente se encuentra con objetos de su aficiones sexuales, pierde totalmente el control sobre su propio comportamiento y públicamente comete actos que quedan claramente fuera no sólo del marco de las medidas de protocolo, sino también de las normas de la decencia básica. Después de todo ésto, ni el mismo Putin ni su numerosa servidumbre están en condiciones de explicar claramente a la interesada sociedad qué le ha ocurrido por enésima vez al presidente de Rusia, y qué hay detrás de su no del todo adecuado comportamiento.

Éso fue lo que ocurrió en julio de este año, cuando Putin besó públicamente en la barriga al pequeño Nikita, de cinco años de edad, con el que casualmente se tropezó caminando por el territorio del Kremlin. Los siervos del Kremlin no consiguieron tapar esta extravagancia, claramente pedófila, de su jefe por la simple razón de que decenas de turistas extranjeros, que se encontraban cerca, fotografiaron a Putin de rodillas ante un niño que no conocía.

Días después, explicando lo ocurrido, Putin declaró literalmente lo siguiente: «Me pareció tan inocente, tierno, indefenso, que me entraron ganas de estrujarlo.»

Con esta declaración, está claro que a Putin no se le ocurrió que, a mediados de los ochenta, una explicación a sus actos, que, según escribía la prensa soviética, casi literalmente coincide con la de Putin, daba en los interrogatorios el maníaco Slivko2, en cuyo sangriento currículo se contaban hasta once niños y cierto número de ancianas, torturados hasta la muerte.

Así que preguntémonos lo siguiente: ¿se puede considerar mentalmente sano al presidente de Rusia, que besa en la barriga a niños desconocidos, sin permiso para ello de sus padres, o que públicamente hace un llamamiento a «cargarse hasta en el wáter» a aquéllos a los que pille allí, o también que envidia a un violador de mujeres indefensas, y que no lo oculta? ¿Quién es este pequeño hombre vengativo, que ha puesto de rodillas a la sumisa plebe rusa? ¿Qué más se puede esperar del inadecuado gobernador de un país, donde hay toneladas de armas químicas y bacteriológicas, en el periodo otoñal o primaveral de agudización de su carácter explosivo? ¿Cuántos sacrificios en forma de periodistas que no se someten, de morenos, nacidos en su odiado Cáucaso, o de pequeños e indefensos niños exigirá el maníaco del Kremlin para satisfacer sus instintos sexuales?

Mientras el mundo entero corre tras el virtual Bin Laden, para así salvarse del «terrorismo mundial», tras los muros del Kremlin se le sube la sangre a la cabeza a un monstruo semejante a Hitler. Y si no se le detiene a tiempo, es posible que este maniaco pronto lleve a la civilización a otra guerra mundial, en la cual arderán millones y millones de vidas humanas.


1La noticia en «La Crónica de Hoy», 20 de octubre de 2006:

http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=267106

2Anatoly Slivko, known as "Vlad Carthas" -This may be a reference to the infamous 'Vlad the Impaler'- Convicted of the sexual murder of seven boys. Sentenced to death. (Fuente: Wikipedia en inglés, http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_Russian_serial_killers)

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